Comunicar siempre incluye alguna intención de venta.
En ocasiones es explícita, con un mensaje especialmente atractivo que quiere posicionar un negocio o un servicio. En otras es inconsciente, ya que, aunque nos neguemos en redondo a tener una actitud comercial, esta aparece por el simple hecho de iniciar la comunicación.
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¿En qué momento vendemos «sin querer»?
Establecer conversación en un espacio en el que se dan transacciones siempre contendrá un elemento comercial.
Digamos que, en el momento en que una marca abre la boca, ésta se hace visible y, por lo tanto, sus productos también se visibilizan con ella. Es inevitable refrescar la memoria de los clientes (presentes, pasados o futuros).
La clave aquí es tener control absoluto del discurso y que los receptores del mensaje sepan cuándo éste es comercial, dándoles así la oportunidad de aceptar el mensaje o rechazarlo.
No es una tarea sencilla porque entra en juego la confianza obtenida hasta el momento. Por otra parte, situaciones como esta van bien porque ayudan a medirla.
Naturalizar la venta
La primera solución que se me ocurre a esta crisis ética, que puede sonar a ciencia ficción en estos tiempos pero ocurre en más ocasiones de las que creemos, es naturalizar nuestro mensaje comercial.
¿A qué me refiero? Básicamente, a transmitir tranquilidad cuando vendamos.
Dejar claro que el mensaje es comercial reduce la desconfianza hacia la marca. En estos casos, la mejor forma de hacerlo es negativa. En lugar de cumplir con una serie de puntos que garanticen el éxito, al contrario, interesa atender a aquellos que nos alejen de él. En lugar de ofrecerte un claim con «superpoderes», yo optaría por uno mundano, inocuo.
Puede sonar a una actitud tibia, o a la pérdida de una oportunidad. No lo creas. Recuerda que estamos pacificando un territorio hostil, así que debemos caminar de puntillas o nuestra tendencia natural a vendernos nos delatará.
La comunicación 100% informativa
Ese camino hacia la mundanidad es complejo. Para que una información se despoje de su carga comercial, hace una falta un análisis profundo de ese mensaje. Atender a las palabras que estamos empleando.
La principal señal que delata a este tipo de publicaciones son los verbos, con tendencia al imperativo o a infinitivos tramposos que sí, son amables, pero en el fondo son un cebo.
Otra señal llamativa son los adjetivos, en la mayoría de casos, innecesarios. Identifícalos y luego decide si deben quedarse, ya que, a medida que adelgaces el mensaje, se harán más evidentes.
Atención con las muestras de ingenio pues se te pueden ir de las manos. No entraré en detalles ya que todos sabemos reconocer los esfuerzos de un redactor. Mejor dejarlos para otro momento.
Y, sobre todo, elude recursos que en otros tiempos desactivaban la carga comercial de un mensaje, como la autorreferencialidad. Es decir, anunciar a bombo y platillo que, en esta ocasión, tu discurso no es comercial. En otro tiempo era lo más, y he de reconocer que en la actualidad también hay espacio para este tipo de prácticas, en especial, si contienen cierto humor, pero hoy queremos ser lo más serios posibles, así que nos lo reservaremos para otro tipo de comunicaciones.
¿Cuándo establecer una comunicación sin marketing?
Algunas personas que lleguen a este artículo se preguntarán: ¿Y por qué alguien querría dejar de vender en estos tiempos?
Porque, aunque parezca mentira, no todo son ventas. Existen partes en el negocio que no conducen a una conversión y no todos los interlocutores en un negocio han de comprar por fuerza.
Algunos ya lo hicieron en el pasado, otros son prescriptores y luego hay un buen número de personas que «pasaban por aquí».
¿Es necesario cantar las excelencias de nuestros productos a todo el mundo?